La máquina ciclada
Un cuento para informáticos

Le ponía nervioso pensar que había máquinas de Turing aceptadoras de lenguajes –que son unos dispositivos que realmente no existen pero que están ahí, como los números irracionales, que tienen infinitos decimales, o los complejos, que tienen parte imaginaria– que se habían ciclado porque no reconocen como perteneciente al lenguaje la palabra a la que habían sido aplicadas.

Él, en un examen de “Teoría de Autómatas”, construyó cierta máquina que se le pedía en un problema y que debía reconocer las palabras generables por una cierta expresión. Un rato antes había transformado en determinista un autómata finito que en el enunciado no lo era; demostró en un pispás que el lenguaje anbn es no regular si n tiende a infinito y planteó, para una gramática independiente del contexto, un elegante reconocedor no recursivo con sólo dos símbolos de lectura adelantada. Pero se detuvo más de una hora a pocos centímetros del folio pensando, diseñando y dibujando versiones diferentes de la máquina de Turing del ejercicio cuatro.

Aplicó por fin con éxito el producto de sus arduos esfuerzos a media docena de palabras de muestra, y entonces entregó al profesor su examen con el convencimiento de que todo en él era perfecto. Salió por tanto creyendo que su máquina procesaba, aceptaba y paraba, y con esta satisfacción y entre risas y chistes pagó a sus compañeros la ronda que le correspondió por turno; pero horas más tarde, tumbado boca arriba en la cama de su piso de estudiante, repasó mentalmente el examen y halló un contraejemplo que obligaba a la máquina a moverse sin parar, una vez a la derecha, una vez a la izquierda.

Cuando esta noche se ha acostado ha vuelto a escuchar, como todas las noches desde hace cinco años, el virtual quejido de la cabeza de lectura de su máquina, que sigue aún en marcha, dale que te pego, pasando sin fin por encima de la misma letra.

Macario Polo Usaola
Publicado en Novática, nº 166, pág. 70.
Año 2003.